El perdón, por lo general, suele ser visto desde una perspectiva algo errada, siendo que quien se ve en posición de perdonar a alguien más, considera estar haciéndole el favor.
El perdón, si se lo examina sensatamente, desde el punto de vista de que nadie tiene el real poder o autoridad de condenar a nadie, no tendría razón de ser. Cuando ésto ocurre, a la condena me refiero, se debe, en la generalidad de los casos a expectativas propias puestas en los demás que no fueron cumplidas o a la ignorancia de todo lo que circunda un acto, y que por razonamientos morales surgen los juicios.
Este artículo guarda una estrecha relación con el publicado anteriormente, que menciona a la culpa como gran precursora de malestar.
El perdón viene a sanar los males causados por la culpa, sea que ésta se encuentre dentro, haciendo sentirse culpable, o fuera, culpando a otros; el mal que causa es exactamente el mismo.
Los juicios morales y su resultado, la culpa, son capaces de desequilibrar y hasta destruir la salud de cualquier persona, debido a que se vuelve como una sombra difícil de desvanecer. Entra de manera muy fácil en consciencias que ignoran el mal que les espera y luego se arraiga, incluso de formas demasiado imperceptibles para la mente consciente, sobretodo porque los juicios emitidos se fijan en forma de auto-condena, amparado ésto en el fenómeno de proyección que dice que uno juzga en otros los “defectos” de uno mismo.