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El perdón como método de sanación.


El perdón, por lo general, suele ser visto desde una perspectiva algo errada, siendo que quien se ve en posición de perdonar a alguien más, considera estar haciéndole el favor.

El perdón, si se lo examina sensatamente, desde el punto de vista de que nadie tiene el real poder o autoridad de condenar a nadie, no tendría razón de ser. Cuando ésto ocurre, a la condena me refiero, se debe, en la generalidad de los casos a expectativas propias puestas en los demás que no fueron cumplidas o a la ignorancia de todo lo que circunda un acto, y que por razonamientos morales surgen los juicios.

Este artículo guarda una estrecha relación con el publicado anteriormente, que menciona a la culpa como gran precursora de malestar.


El perdón viene a sanar los males causados por la culpa, sea que ésta se encuentre dentro, haciendo sentirse culpable, o fuera, culpando a otros; el mal que causa es exactamente el mismo.

Los juicios morales y su resultado, la culpa, son capaces de desequilibrar y hasta destruir la salud de cualquier persona, debido a que se vuelve como una sombra difícil de desvanecer. Entra de manera muy fácil en consciencias que ignoran el mal que les espera y luego se arraiga, incluso de formas demasiado imperceptibles para la mente consciente, sobretodo porque los juicios emitidos se fijan en forma de auto-condena, amparado ésto en el fenómeno de proyección que dice que uno juzga en otros los “defectos” de uno mismo. 


Culpa al ataque.


Hay una frase que reza: “En mi indefensión radica mi seguridad”.

Cuando se experimenta culpa es muy probable que la primera reacción sea la defensa, y hay quienes dicen que no hay mejor defensa que el ataque. Por lo que es muy frecuente de ver, que cuando una persona experimenta la culpa su forma de expresarse a la defensiva es atacando y/o justificando sus actitudes culpando a otros.

La culpa es un sentimiento nocivo y muy difícil de erradicar. Podría considerarse como un sentimiento fantasma, un espectro que sólo puede existir en la obscuridad, lejos de la consciencia.

Si la persona que experimenta culpa se diera cuenta de su ignorancia, siendo que desconoce las causas reales, sus consecuencias y desarrollo, tomaría consciencia de lo insensato que es el juicio y la condena de las actitudes.

Aunque parezcan iguales son MUY diferentes.


Cuando las ideas preconcebidas toman más fuerza que el verdadero sentido, el resultado inminente es el desequilibrio y el caos.


Si se observa con atención la forma en que se conducen las personas en sociedad, es notorio observar grandes confusiones en la concepción que tienen de las cosas.

No son pocos los que confunden “autoridad” con maltrato, agresividad, abuso o autoritarismo. Ésto es muy frecuente, sobretodo, en la relación de mayores con niños. Los mayores con su acelerada vida, no se detienen a averiguar como se siente experimentar la paciencia y la contemplación y en su lugar pretenden “acomodar” a los niños a las reglas y modos de comportamiento “educando” con lo que muchos consideran autoridad, es decir, gritos, sacudones y/o cachetazos, al niño que no responde al mandato.

Comprender que la autoridad se porta como cualquier atributo, el cual se adquiere o desarrolla a partir del respeto por uno mismo y a los demás como a uno mismo. Alguien que porta este atributo difícilmente deba recurrir a los altos decibeles en la voz.

“Religiosos” y “espirituales”, los que más enferman.


Parece  contradictorio, se supone que alguien considerado religioso o espiritual goza de salud porque goza de la vida.

En la práctica esto dista mucho de lo real, sea por la forma en que se encaran las filosofías y creencias o porque resultan estos atributos muy pesados para quienes deciden portarlos .

Puede que haya una lógica detrás del fenómeno que enferma, sobretodo a creyentes de un idealismo inalcanzable.

La enfermedad es la que hace tambalear las simientes de muchas doctrinas y filosofías, las cuales demuestran abiertamente no poder dar salud a sus miembros y seguidores.

Intenciones sanas, vida sana.


En la antigüedad se condenaba a los enfermos porque se pensaba que las enfermedades eran un castigo divino por sus pensamientos o actos pecaminosos(*). De modo que si alguien enfermaba era excluido, discriminado y hasta condenado socialmente o expulsado de la comunidad.

Algo intuían las personas de la época sobre las enfermedades, pero erradamente condenaban a la persona enferma, y esta actitud, a la vez y sin lugar a dudas, causaba dolencias y/o enfermedades.

Las ideas y creencias de una época si son depuradas pueden ser útiles. Y tomando esta idea de que la enfermedad se origina en un ambiente propicio que podría ser el de pensamientos y/o actos mal intencionados, uno puede tomar la iniciativa de comenzar a detectar esos sentimientos bajos y volverse un testigo de ellos, sin condenarlos ni rechazarlos, de esta manera se puede disociar de éstos  ya que no son parte del pensamiento más consciente.

El pensamiento consciente es el que en definitiva nos da la salud y algo no menos importante, la libertad.