Como característica principal de la educación social y la hipocresía que ésta acompaña, está la de disimular lo que se siente y piensa cuando no es algo bien visto o muy por el contrario, expresar estas ideas con vehemencia castigando críticamente aquello que se juzga contrario a las propias ideas.
No importa cuál de estas manifestaciones sea la que atañe a la persona, ambas son igual de falaces. La diplomática o la vehemente.
El sólo hecho de que la persona experimente sentimientos de pavor por la condición que juzga en otros, es la señal de la ausencia de amor propio.
Una persona sin amor propio, sin auto aceptación, sin conocimiento y valoración de su aptitud y su inaptitud, de sus destrezas y sus falencias, se convierte en una entidad vacía de valor, que comienza a experimentar sus propias destrezas como defectos ajenos.
Este fenómeno es poco advertido, disfrazado tras la crítica implacable de aquellos que no comparten la misma aptitud, y tampoco tienen por qué hacerlo.
De eso se trata la complementariedad, es la diversidad e integración de lo diverso como una construcción mayor con una armónica interacción.
Pero, cuando los diversos no aman lo que son, no usan sus atributos como dones, sino que se vuelven exigentes de reconocimiento apelando a la crítica de los que consideran debieran “hacer más” o mejor dicho, hacer lo que éstos son capaces de hacer.
La comparación entre diversos es un ejercicio completamente insensato, pero muy dinámico. Entretiene, distrae, desgasta la energía vital. Es el juego del ego.
Los intelectuales encabezan la lista de críticos de los ignorantes, es decir, de los que ignoran lo que ellos conocen, porque en definitiva, todos somos ignorantes de muchas más cosas de las que conocemos.
Hay quienes tienen la habilidad de generar ideas geniales o creativas, brindar soluciones o innovar un funcionamiento, pero su incapacidad de valorar eso en ellos hace que cada cosa que generan venga acompañada de la queja de “por qué no hay otro capaz de generarlo”, y considerarse a sí mismos indispensables o irreemplazables. Un sentimiento que al ego le vuelve más poderoso y a la persona más infeliz.
El sentido de vida cambia mucho para la persona capaz de valorar su idoneidad y su dificultad en distintos “terrenos” porque así desarrolla su capacidad de complementariedad reconociendo su propio valor y el de otros.
La pseudo humildad forjada por la educación que obliga a ocultar los dones con artilugios patéticos de autocrítica no es más que otra forma de expresión egocéntrica y vacía de valor propio.
Quien ama lo que hace y lo hace “porque sí”, se vuelve fuerte, invulnerable a la crítica de los vacíos, se vuelve un amante de su hacer y de su andar, sin que ésto lo convierta en un egocéntrico, ya que la habilidad de reconocer los dones propios le habilita a reconocer los de los demás y valorarlos, diluyéndose en la inmensidad de dones que le rodean, integrándose y volviéndose realmente grande.
Salud!
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