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Trocar moral por entendimiento.

La guía básica de toda sociedad sigue siendo, en estos días, mayoritariamente el juicio moral.

Y no es casualidad, siendo que, desde una edad muy temprana se adoctrina a la persona con regaños, tonos altos en la voz, ceño fruncido, ademanes con las manos, gritos y hasta golpes. Que indican que se está haciendo algo, no digamos mal, sino algo discordante con la idea de bien del o de los adultos encargados de la “educación”.

Con este tipo de instrucción-alienación, difícilmente se llegue a entender de qué se trata el buen vivir y la felicidad, porque la mente moral tiende a juzgarlo todo y de esa manera siente que controla, debido a que le aterra lo que está más allá de la lógica preestablecida.

Y la moral es muy tramposa por su carácter de subjetiva. El recurso de la moral sólo es válido en la falta de entendimiento y en la dejadez que evita usar el discernimiento en el momento presente en que la vida y sus circunstancias ocurren.

Un sentido para todo.


Cuan necesario es el objetivo que impulsa el hacer... tanto que se volvió una adicción.

La razón de todo lo que se hace, el encontrarle un motivo, explicación o utilidad está volviendo triste a las personas.
Hay tantas cosas que no tienen ningún sentido pero que hacen tan feliz hacerlas.
¿Para qué hacer algo si no va a tener un rédito económico?, ¿cuál es el sentido de hacer algo que no tiene un sentido?, ¿para qué estoy haciendo esto?.

Quizás sea oportuno tomar consciencia del deleite que es hacer algo porque sí, porque surgió, nada más.

Por qué no comenzar a tomar unos segundos antes de responder a la pregunta, ¿y para qué?  y simplemente reconocer no saber.